
Un sábado por la tarde, entré en un bar del centro comercial para hacer tiempo antes de que abrieran los cines. Allí me encontré con mi amigo Emilio, lo cual no era sólo una coincidencia, sino también una sorpresa, pues él solía pasar los fines de semana en el pueblo de sus padres. Según me contó él mismo, aquel sábado se había quedado en la ciudad porque el domingo estaba invitado a comer en la casa de un compañero de trabajo, que celebraba su cumpleaños. Aclarado este punto, nos sentamos en la misma mesa y, mientras nos tomábamos unos cafés, nos pusimos a charlar y a hojear un periódico cualquiera. A causa de la falta de noticias políticas y deportivas relevantes, el periódico se centraba en sucesos de tipo criminal, especialmente en un caso sucedido en Madrid el pasado jueves. Un oficinista de mediana edad, hombre de costumbres sencillas y pacíficas, había degollado limpiamente a su amada esposa y a sus dos hijos pequeños con un cuchillo de cocina (una tercera hija había salvado el cuello por estar de excursión en Asturias). Hecho esto, el asesino había lavado cuidadosamente las manos y se había sido a su bar de siempre, donde había pasado la tarde bebiendo cerveza y hablando de fútbol con sus amigos, hasta que fue detenido por la policía. Yo hice un comentario que, pese a su irremediable y previsible trivialidad, me parecía el único adecuado a un caso tan horrible:
-¡Vaya, esto parece cosa del Diablo!
Emilio tomó un sorbo de café y añadió:
-Tienes mucha razón. Por supuesto, no tardará en salir un abogado criminalista o un psiquiatra de la Policía diciendo que el hombre está loco, o que sufrió un brote psicótico, y asegurará que “sólo un loco hubiera podido hacer algo así”. Con esa misma lógica, si el hombre se hubiera puesto a volar, podrían decir que en realidad es un pájaro, “pues sólo los pájaros vuelan”. ¡Pura estupidez! En este mundo se cometen a diario muchos actos de maldad que rehúyen toda explicación biológica o psiquiátrica. Coge cualquier periódico y encontrarás ejemplos a más no poder. Cada día estoy más convencido de que sólo la existencia real, no simbólica, del Maligno puede explicar de una manera satisfactoria tales atrocidades.
-Entonces tú, que no has pisado una iglesia desde la Confirmación, ¿realmente crees en el Demonio? ¡No sabía que fueras tan católico!
-¡Yo no soy nada católico, colega! La creencia en el Demonio no es, ni mucho menos, exclusiva del catolicismo. Por el contrario, la fe católica degrada esa interesante figura, convirtiéndola en una especie de general golpista frustrado, que se dedica a tocarnos las narices por puro resentimiento. Más realistas eran los antiguos paganos. Ellos sabían mucho del carácter divino del Mal, que es quizás la fuerza más poderosa y universal de la Naturaleza, el Misterio Absoluto del cual todo emana.
-Pero entonces el Demonio no sería un simple ángel o espíritu, sino un verdadero dios malvado.
-Pues sí. ¿Y qué? ¿Acaso no eran malignos, por no decir diabólicos, casi todos los dioses adorados por los pueblos antiguos? ¿Qué había tras esa adoración, sino el terror cósmico a esas fuerzas siniestras y misteriosas que controlan la vida y la muerte del universo entero? Piensa en la diosa Kali de los estranguladores indios, en los dioses aztecas, que se solazaban con la sangre de los sacrificios humanos, o en los dioses celtas, que les exigían a los druidas la cremación de hombres presos en jaulas de mimbre. Tampoco olvides a los dioses fenicios, que pedían la muerte de niños para asegurar la fertilidad de la tierra, ni a los dioses grecorromanos, que jugaban con las penurias de los hombres, como niños aburridos que se entretienen aplastando hormigas.
-Sí, pero, por lo menos, algo hemos evolucionado desde los tiempos antiguos. Sigue habiendo crímenes repulsivos, por supuesto, pero ahora son hechos individuales, no sociales. Ahora ya no ofrecemos sacrificios humanos a Kali o a Baal. ¿Algo es algo, no crees?
-Pues sí. Ahora pensamos que el único dios merecedor de sacrificios humanos es el Dios Dinero. El culto a ese dios es la religión del siglo XXI y, después de todo, se parece mucho al viejo paganismo, ¿no crees?
-Puede que tengas razón. En fin, yo pensaba ir al cine y creo que ya me va siendo hora de despegar. Si te apuntas…
-Lo siento, pero todavía tengo que comprarle un regalo a mi amigo, el del cumpleaños. Pásalo bien.
-Lo intentaré. Otro día seguimos con la conversación, ¿vale? Desde luego, es un tema interesante. Hasta luego.
-Chao, colega. Ya nos veremos el lunes.
Y con estas palabras nos despedimos.
Cuando volvía a casa, entré en una tienda de periódicos, donde podía recargar la tarjeta de mi teléfono móvil. Ya era noche cerrada y las calles de mi barrio estaban prácticamente desiertas, pues hacía mucho frío. Dentro de la tienda sólo había una dependienta, una muchacha que me pareció muy atractiva, aun que tenía unos gestos algo antipáticos, propios de ciertas personas que se creen especiales por ser guapas. Entonces me di cuenta de que el Destino me había puesto en bandeja la oportunidad de cometer un acto perverso. La tienda no tenía videocámara, solo aquella chica sabía que yo estaba allí, nadie me había visto entrar y seguramente podría salir sin que nadie se fijara en mí. Lo único que hubiera podido molestarme era mi propia conciencia, pero, si Emilio tenía razón (y yo estaba seguro de que la tenía), ¿de qué servía la moral humana en un universo creado y dirigido por dioses maléficos? Decidí que saciar mi lujuria con aquella estúpida muchacha sería no solo un acto placentero, sino también un acto de devoción hacia los verdaderos señores del universo.
Como ella estaba más pendiente de su caja registradora que de mí, conseguí sorprenderla sin problemas. Tras atarla y amordazarla, apagué las luces, puse en la puerta un cartel que ponía CERRADO y violé a mi prisionera con una brutalidad de la que nunca me había creído capaz.
La violación me había dejado más que satisfecho y personalmente no sentía ningún deseo de matar a la chica, pero no podía dejar testigos. Solo su testimonio podía llevarme a la cárcel, pues, como no tenía antecedentes policiales, las huellas de ADN que quedaran en su cadáver no les dirían nada a los investigadores.
Ya había mentalizado para estrangularla con su propio fular cuando entró en la tienda un hombre cualquiera, que, al parecer, conocía los horarios de la tienda, por lo que se había quedado sorprendido al vela cerrada y con las luces apagadas antes de tiempo.
Pude huir tras empujar al intruso y salí corriendo por las desiertas calles de la ciudad, pero pronto fui detenido por una patrulla de la policía. La chica, aunque muy afectada psicológicamente, estaba en condiciones de declarar en mi contra y eso fue lo que hizo. Durante el juicio, siendo los hechos y mi culpabilidad incontestables, además de voluntariamente admitidos, la única opción que le quedó a mi abogado fue recurrir a un ataque temporal de locura o a un brote psicótico como posibles atenuantes. Yo no estaba de acuerdo, pero le permití hacerlo, la verdad era que ya me daba todo exactamente igual. De hecho, había un dato que se podía tomar como prueba de que yo aquel sábado no estaba en mis cabales. Cuando se me pidió que relatara mis movimientos previos a la agresión sexual, yo hablé, sin darle la menor importancia, de mi conversación en el bar con el bueno de Emilio. Pero resultó que aquel sábado Emilio había pasado todo el día en el pueblo de sus padres, que no había ido al bar donde hablé con él y que no estaba invitado a ninguna fiesta de cumpleaños el domingo siguiente. Según el encargado del bar, yo aquella tarde, mientras tomaba mi café, había estado sentado en mi mesa completamente solo, sin hablar con nadie y completamente concentrado en la lectura de un periódico. La gente dice que la conversación sobre el Mal sólo existió en mi cerebro enfermo, pero yo sé que aquella tarde, en aquel bar, vi a alguien que se parecía a Emilio, que ese alguien me habló del Mal… y también sé que algún día volveré a verlo, quizás en este mundo o, más probablemente, en el Infierno. La verdad es que él y yo todavía tenemos mucho de lo que hablar.