Amanda

Amanda - historia de una niña

De pequeña Amanda Martins era una niña muy alegre y ni siquiera la trágica muerte de su madre pudo enturbiar sus primeros años de vida, gracias a que había nacido con un don que le permitía seguir hablando con ella. Y es que Amanda era la mejor médium del mundo: solo necesitaba tocar un objeto que hubiera pertenecido a un difunto (por ejemplo, el fular de su madre) para ponerse en contacto con su espíritu.

Pero, cuando tenía once años, su padre, el agente federal John Martins, fue trasladado a una ciudad de la costa este. Así pues, Amanda tuvo que despedirse de todos sus amigos y del pequeño pueblo de Luisiana donde había vivido hasta entonces. Si la despedida fue triste, el proceso de adaptación a su nuevo hogar fue mucho peor. Pensando que era lo mejor para ella, su padre la matriculó en el colegio más prestigioso de la ciudad, donde una chica “de aldea” como Amanda no encajaba nada bien. Sus nuevas compañeras, en su mayoría hijas de altos funcionarios y grandes empresarios, la despreciaban por ser relativamente pobre y, sobre todo, por ser “rara”. Esta última consideración no se debía a sus poderes paranormales, que ella mantenía en secreto para todo el mundo salvo para su padre, sino a que tenía unas costumbres “anticuadas”: le gustaba mucho leer, no se maquillaba, no tenía un móvil de última generación y nunca había tenido novio. Las cosas empeoraron cuando llegaron los primeros exámenes y Amanda tuvo la osadía de sacar mejores notas que April May, la chica más “popular” de su clase. La rica, bella y egocéntrica April le juró odio eterno y puso en su contra a las demás chicas de la clase, que entonces pasaron de ignorarla a hacerle la vida imposible. Entonces Amanda vivió un verdadero infierno, sin que sus profesores se atrevieran a defenderla, por miedo a que los influyentes padres de April tomaran medidas contra ellos. Amanda tampoco quiso decirle nada a su padre, pues los May tenían contactos en el alto mando del FBI y no quería meterlo en problemas. Ni siquiera se atrevía a “hablar” con su madre, pues Amanda le había prometido una vez que siempre lucharía para ser feliz y realmente no estaba cumpliendo su promesa. Había perdido su antigua alegría y tanto su salud como sus notas empeoraron.

Una mañana, cuando peor estaban las cosas, Amanda salió de su casa rumbo al colegio, como hacía a diario, pero mientras caminaba decidió que no quería ir allí. Así que se fue a un parque cercano, se sentó en un banco solitario e intentó escribir un poema que reflejase su tristeza. Pero no se le ocurrían las palabras adecuadas y ya estaba a punto de dejarlo cuando se dio cuenta de algo: al salir de casa se había metido en el bolsillo, por error, una vieja moneda de plata, que era el talismán favorito de su padre. Se decía que aquella moneda había aparecido entre los harapos de Edgar Allan Poe el día de su muerte y Amanda decidió usarla para invocar al espíritu del gran escritor, con la esperanza de que este la ayudara a terminar su poema. Entonces apareció ante sus ojos (y solo ante los suyos) el pálido y andrajoso espíritu de Poe. Cuando supo lo que pretendía Amanda, le dijo estas palabras, que únicamente ella podía oír:

-Si quieres escribir algo realmente triste, deberías buscar un entorno más inspirador. Aquí, en este tranquilo parque, no puedes captar el verdadero espíritu de la tristeza.

-Pues yo aquí me siento tan desgraciada como en cualquier otra parte.

-Es que la buena poesía no expresa sentimientos, sino impresiones. Un sentimiento es un estado del corazón, mientras que una impresión es un estado del alma… o del paisaje.

-Entonces tendré que buscar un lugar melancólico. Estoy pensando en una casa abandonada que parece sacada de uno de sus cuentos.

Tras un largo paseo por las calles de las afueras, Amanda y el alma de Poe llegaron a un descampado, donde se erguían los sombríos muros de una vieja y siniestra mansión, abandonada desde hacía muchos años. La gente evitaba pasar por allí, pues circulaban toda clase de leyendas sobre aquella casa, pero Amanda estaba demasiado acostumbrada a hablar con los muertos para que le dieran miedo los fantasmas. Cuando intentó entrar en el jardín, apareció un agente de policía, que le dijo con malos modos:

-¡Vete a jugar a otra parte, niña! No se puede entrar aquí, las ratas se han vuelto agresivas.

Amanda dio la vuelta, fingiendo marcharse, pero se quedó cerca de la casa, escondida entre unos arbustos. Poe le dijo:

-¿Has sacado alguna conclusión?

-Sí, que ese hombre no era un verdadero policía. Si lo fuera, no me habría mandado a paseo, sino que hubiera llamado a mi casa para preguntar por qué no estoy en clase.

-¡Muy bien! ¿Y qué más?

-Si el falso policía me impidió la entrada en esa casa, es porque ahí dentro hay algo que no quiere que vea. No creo que sea dinero robado ni droga, porque eso se puede esconder fácilmente en cualquier rincón. Tiene que ser otra cosa: una persona secuestrada… o quizás muerta.

-Buena deducción. Tú sí que pareces sacada de uno de mis cuentos. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Avisar a las autoridades?

-Primero necesito pruebas, si no se reirían de mí. Para eso tengo que entrar en la casa sin que él me vea y echar un vistazo.

A Amanda no le costó demasiado entrar por una ventana, pues, como buena chica pueblerina, era bastante ágil.

Una vez dentro del edificio, no pudo contener un grito de terror cuando un gato negro pasó corriendo a su lado, dándole un susto de muerte. Como respuesta a su grito, oyó unos gemidos ahogados procedentes del desván. Y aquellos gemidos no parecían proceder de un fantasma, sino de una persona de carne y hueso con la boca tapada. Amanda subió las escaleras que llevaban al desván, rezando en silencio para que el falso policía no hubiera oído su grito, y cuando llegó arriba se llevó una nueva sorpresa: allí estaba su peor enemiga, April May, atada, amordazada y, por primera vez en su vida, realmente aterrorizada. Olvidando todo el daño que le había hecho aquella muchacha, Amanda le quitó la mordaza e intentó tranquilizarla, lo cual no fue fácil, pues April se hallaba al borde de un ataque de ansiedad. Cuando se hubo calmado un poco, le dijo a Amanda:

-El hombre de la entrada… ese que lleva uniforme de policía… me secuestró esta mañana, cuando salí de casa para ir al colegio. Me quitó el móvil y lo usó para llamar a mis padres y pedirles un rescate… Pero, sé que, cuando tenga el dinero, él me… me…

-Bueno, tranquila, April, nadie te va a hacer daño. Mira, tengo mi móvil. Ahora voy a llamar a la policía y…

Entonces la puerta del desván se abrió de golpe y tanto Amanda como April se quedaron mudas de terror, cuando el falso policía entró allí con su revólver en la mano. Aquel hombre sonrió cruelmente y le dijo a Amanda:

-Tendrías que haber ido a jugar al parque, pequeña puta. Ahora tendré que matarte. Bueno, así tu amiga sabrá lo que le espera cuando sus papás hayan soltado el dinero.

Amanda se había quedado paralizada por el miedo, pero el alma de Poe, que seguía a su lado, le dijo:

-Ese caballero me parece algo grosero. Quizás deberíamos aumentar su cultura literaria.

Amanda entendió la indirecta y proyectó el alma de Poe hacia cuerpo del secuestrador, para que lo poseyera temporalmente. Entonces fue el criminal quien se quedó paralizado de terror, cuando invadieron su cerebro todos los horrores creados por el genio infernal de Poe. Amanda aprovechó aquella ocasión para empujarlo con todas sus fuerzas, haciendo que se cayera por la barandilla.

Cuando el secuestrador recuperó la conciencia, ya estaban allí varios policías de verdad, que se ocuparon de arrestarlo.

Una vez libre, April se abrazó llorando a Amanda, poniendo así punto final a su vieja enemistad, que ninguna de las dos quería recordar. Pero Amanda sí se acordó de una cosa: de guiñarle un ojo a un ente invisible que la miraba cariñosamente desde un rincón.

 

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