Secuestrada

LA CABAÑA DE LAS MONTAÑAS (relato fantástico): Una tranquila mañana primaveral la pequeña Betty Walker salió de su casa para ir al colegio, como hacía todos los días. Pero aquel día no llegó a su destino. … Tras varias semanas de minuciosa vigilancia, Alfred Markovic consiguió raptar a Betty. Tras suministrarle un sedante, la encerró en una furgoneta con la matrícula trucada y se la llevó a su cabaña de las montañas. Dicha cabaña se hallaba en una fría y agreste región de los Montes Apalaches, muy lejos de

Una tranquila mañana primaveral la pequeña Betty Walker salió de su casa para ir al colegio, como hacía todos los días. Pero aquel día no llegó a su destino.

Tras varias semanas de minuciosa vigilancia, Alfred Markovic consiguió raptar a Betty. Tras suministrarle un sedante, la encerró en una furgoneta con la matrícula trucada y se la llevó a su cabaña de las montañas.
Dicha cabaña se hallaba en una fría y agreste región de los Montes Apalaches, muy lejos de los caminos transitados y del pueblo más cercano. En aquel lugar las nieves eran casi perpetuas y había que ser un conductor muy experimentado para llegar allí. Antes aquella cabaña había pertenecido a un viejo ermitaño, pero un buen día este desapareció sin que nunca más se volviera a saber nada de él. Pasado algún tiempo, las autoridades lo dieron por muerto y, como no tenía herederos, la cabaña fue subastada. Alfred pudo comprarla por un precio irrisorio, pues solo él se interesó por aquella casucha perdida en medio de la nada. 
...
Betty pasaba casi todo el tiempo sola en la cabaña. Alfred solo pasaba por allí a última hora de la tarde, para llevarle comida y obligarla a participar en juegos perversos. Sin embargo, no llegó a consumar la violación, pues para eso prefería esperar a que su prisionera estuviera un poco más desarrollada. Pese a los horrores que padecía en su cautiverio, Betty nunca había intentado huir, pues sabía que sus posibilidades de llegar a un lugar civilizado eran mínimas. Además, su ingenuidad infantil le hacía creer que Markovic la devolvería a su casa cuando se cansara de ella, tal como él mismo le había prometido en numerosas ocasiones.

Pero esas esperanzas (o ilusiones) se desvanecieron bruscamente poco después, cuando la montaña fue sacudida por una avalancha que estuvo a punto de arrasar la cabaña. Cuando volvió la calma, Betty salió al exterior para examinar los daños y entonces vio algo que la dejó helada de horror: a raíz del derrumbamiento, había quedado al descubierto una sima de poca profundidad, que hasta entonces había permanecido oculta bajo un montículo de nieve. Y en el fondo de la sima se veían varios cadáveres de niñas y adolescentes, bien conservados por el frío de la montaña. Y así Betty descubrió qué hacía Markovic con sus víctimas cuando se cansaba de ellas. Sobreponiéndose a su horror, la muchacha decidió que debía huir de allí lo antes posible, pues, por escasas que fueran sus posibilidades de sobrevivir a la intemperie, cualquier cosa era preferible a esperar una muerte segura en manos de Markovic.

Como tenía que aprovechar todas las horas de luz, Betty inició su marcha en aquel mismo momento, sin llevarse nada consigo. Pero apenas se había alejado de la cabaña cuando se desató una fuerte ventisca, que la obligó a buscar refugio en el interior de una caverna. El interior de la cueva estaba muy oscuro y, como Betty no llevaba linterna ni cerillas, antes de entrar agarró un palo largo y grueso, que le serviría para tantear el terreno y detectar posibles obstáculos. Para huir del viento helado, se internó bastante en aquella misteriosa caverna, no sin riesgo de perderse, pues la galería se bifurcaba en varios puntos hasta convertirse en un verdadero laberinto. Cuando se hubo alejado de la entrada, Betty oyó un sonido que hasta entonces había permanecido disimulado por los aullidos de la ventisca. Era una especie de gruñido animal, que se acercaba a ella rápidamente desde las entrañas de la tierra. Comprendiendo que una bestia salvaje, probablemente feroz y carnívora, había detectado su presencia, la aterrorizada Betty corrió a ciegas hacia la salida, adonde consiguió llegar un segundo antes de que las zarpas del animal la alcanzaran. Al salir de la cueva el monstruo subterráneo, momentáneamente cegado por la luz, se detuvo en seco y Betty, en un arrebato de coraje, se volvió y usó su palo para propinarle un fuerte golpe en el cráneo. El monstruo cayó al suelo inconsciente y solo entonces Betty se percató, estupefacta, de que aquella criatura, aunque ciertamente presentaba un aspecto terrorífico, era (o había sido alguna vez) un ser humano.

Cuando pudo pensar con claridad, la muchacha comprendió la verdad: aquel ser era el antiguo propietario de la cabaña, es decir, el ermitaño desaparecido. En cierta ocasión aquel hombre también había entrado en la cueva para huir de una ventisca, pero una vez dentro se había quedado encerrado a causa de un derrumbamiento. Durante años se las había apañado para sobrevivir en aquel mundo de tinieblas, bebiendo agua helada y comiendo la carne de los animales subterráneos, pero finalmente había perdido el juicio, convirtiéndose en un verdadero monstruo del inframundo.

Aún respiraba, así que Betty, en parte por miedo y en parte por piedad, se dispuso a rematarlo, pero entonces el eco trajo a sus oídos el ruido lejano de un motor. Alfred se acercaba a la cabaña antes de lo normal, seguramente porque se había enterado de la avalancha y quería asegurarse de que el edificio seguía en pie.

...

Alfred aún tardó bastante en llegar a su destino, pues la pista que solía tomar había quedado bloqueada, lo cual lo obligó a dar un largo rodeo. Cuando entró en la cabaña, vio que Betty no estaba allí, pero eso no le causó ninguna turbación, porque sabía que no habría podido llegar muy lejos. Además, le apetecía jugar al ratón y al gato con ella, así que casi se sintió decepcionado cuando encontró sus huellas, claramente marcadas sobre la espesa capa de nieve que cubría el suelo. Siguió aquel rastro y comprobó que su presa había buscado refugio en un cochambroso edificio de madera, situado a cincuenta metros de la cabaña y que en otros tiempos había servido de granero. Ciertamente se había acordado de cerrar la puerta, pero Alfred tenía su propia llave. Mientras la introducía en la herrumbrosa cerradura, oyó con placer un ansioso jadear al otro lado de la puerta. La niña debía de estar realmente aterrorizada y eso era para él realmente excitante. Pero su placer desapareció cuando se abrió la puerta, pues quien jadeaba en el interior del granero no era Betty, sino un fantasma hediondo y harapiento con la cabeza ensangrentada. Aquella cosa se arrojó sobre el sorprendido Markovic y clavó sus dientes hambrientos en la garganta del secuestrador, que, completamente anulado por el susto y la sorpresa, no fue capaz de reaccionar.

...

Mientras el viejo ermitaño estaba entretenido devorando a su víctima, Betty salió de su verdadero escondrijo, que no era otro que la sima donde había encontrado los cadáveres de sus antecesoras. Mientras el ermitaño estaba sin sentido, ella lo había arrastrado trabajosamente hasta el granero, donde lo había dejado encerrado poco antes de que recobrara la conciencia. Luego había ido a la cabaña caminando hacia atrás, para que pareciera que había hecho aquel trayecto en sentido inverso, lo cual le había permitido engañar a Markovic. Finalmente había ido a la sima y, a cada paso que daba, borraba su rastro con una vieja escoba que había encontrado en la cabaña.

Antes de partir hacia el valle, Betty se volvió para dedicarle una última mirada al ermitaño, que seguía entregado a su banquete. Musitó:

-Espero que me perdones el golpe, pero de todas formas te he compensado de sobra. Ahora la cabaña vuelve a ser tuya.

Dicho esto, la niña se marchó para no volver.

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